La Scaloneta fue más y venció por 1-0.
Se sufrió, pero se festejó también. Lo que cuesta, más se grita. Que los palos (dos, uno a Messi y otro a Nico González), que el susto por Leo (atendido en el PT por una molestia), que no entraba… Hasta que entró el Toro. La mano de Scaloni, otra vez, clave. Lautaro Martínez ingresó para ganarlo. El jugador del Inter la mandó a guardar a los 87′ tras un rebote y lo gritó dos veces. Porque hubo revisión del VAR y, claro, doble festejo. Así Argentina se metió en cuartos de final.
Triunfo con sabor espacial, con ese gustito que tiene ganar sobre la hora, cuando lo merecía sobradamente y daba la sensación de que la noche terminaba en un 0-0 con gusto a nada. No hay revancha de nada de lo que ocurrió hace ocho años exactamente en este estadio ni ante este mismo rival, hay una continuidad de un ciclo que no para de sumar alegría, que sigue pasando por caja para seguir ilusionando a todos con el bi.
Fue un 1-0 que no se explica con esa ventaja mínima. Se explica por la falta de efectividad y también por las dos grandes atajadas de Dibu Martínez. Lo que no explica el resultado es que la Scaloneta recuperó la voracidad para hacerse de la pelota, que fue muy superior al rival. Y ahora jugará ante Perú sabiendo que ya está clasificado para los cuartos y que con un empate el sábado, pasará como primero para jugar con el segundo del grupo B. Y podrá si quiere, hacer descansar a Lionel Messi, quien jugó gran parte del partido tocado.
La Selección tuvo la tenacidad física y la posesión que le había faltado ante Canadá. Volvió el equipo que recupera la pelota en el mismo tiempo que se cambia un juego de neumáticos en Fórmula 1, que te asfixia, que gana la pelota en la mitad de la cancha por una cuestión posicional del equipo, pero también porque todos corren juntitos y sincronizados para que el rival no pueda pensar. En el PT, quedó en el debe la efectividad, ya que fue lo único que faltó. La Scaloneta le puso su sello al partido, no como había pasado en el debut que muchas veces perdió el control. De hecho, Dibu Martínez no tuvo ninguna participación en la primera parte, más que jugar -bien- con los pies.
El equipo no quedó traumado cuando Messi se comenzó a masajear el aductor. De hecho, con el 10 afuera, casi marca el 1-0 con un tiro de De Paul. Chile trató de hacer mucho, pero pudo poco: no tanto por deficiencias propias, sino porque Argentina se lo llevó puesto. El 4-2-3-1 que paró Gareca casi que se convirtió en un 4-4-1-1, con Alexis Sánchez intentando tomarle la chapa a Alexis. La Selección, en cambio, mutaba constantemente entre un 4-3-3 y 4-4-2, según donde se posicionaba Nico González, de buen primer tiempo, solo opacado por esa oportunidad que no pudo aprovechar.
La Selección siempre tuvo el control del partido. O casi siempre. El segundo tiempo fue una continuidad del primero, sobre todo los primeros 25 minutos. Un monólogo con toques, paciencia, triangulaciones, pero el problema fue que Bravo, el arquero más longevo de la historia de la Copa América con sus 41 años, se convirtió en héroe, como en aquella noche del 2016 en la definición por penales. Primero le tapó el zapatazo a Molina y luego le sacó el grito a Nico González con la ayuda del travesaño.
La Selección pareció sentir el impacto de tener todo y no tener nada. Se desconcentró, la salida de Nico González partió el retroceso por la izquierda, Gareca le sacó jugó por ahí y dos desbordes, terminaron en dos remates tremendos de Rodrigo Echeverría, el volante de Huracán, que si no fuera por el enorme Dibu Martínez, la noche hubiera terminado de otra manera.
El arquero revivió al equipo. Scaloni movió el banco. Di María y Lautaro tardaron en entrar en sintonía, pero cuando lo hicieron… La Selección lo intentó hasta el final, parecía que no era la noche cuando Bravo le sacó el gol olímpico a Messi, pero en el replay de otro corner llegó ese gol sucio, que no es digno de este gran equipo que tiene Argentina, pero que se disfruta y cómo. Porque Lautaro aprovechó ese rebote y a cobrar, para seguir con ese aura positiva de este grupo que quiere más historia.
(Por Hernán Claus para Olé)
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