Él admiraba su obra y la fue a buscar. Era mucho más joven que ella y homosexual. Empezaron a estar juntos cuando la autora de “El amante” tenía 66. Y hacen pensar en qué es el amor.
¡Hola!
Hace unos meses me llegó un libro cortito y terrible. Frasecitas sueltas, con fecha, como el diario de alguien que no tiene aliento. “Alguien” es Marguerite Duras, se está muriendo, lo sabe y no se resigna.
Ya te cuento.
“Le amo. Hasta pronto”, escribe Marguerite Duras el 29 de febrero de 1996. Tres días después, muere. El amado, aquel con el que Duras dialogó hasta el último aliento se llamaba Yann Andréa y tenía 37 años menos que ella. “Hasta pronto”, decía ella, consciente de que se iba, como quien llama.
“Me ha ocurrido, me ha llegado esta historia a los 65 años con Y.A., homosexual. Es sin duda lo más inesperado de esta última parte de mi vida, lo más terrorífico, lo más importante”, había contado alguna vez Duras, esa enorme autora de una literatura hecha de silencios, que ganó el Goncourt con El amante, un libro escrito en cuatro meses cuando ya estaba con Yann y que se trata de otro amante y otra diferencia de edad.
La frase del comienzo —”Le amo. Hasta pronto”— es la que cierra Nada más, el último libro de Duras, que en español publicó la editorial Periférica. Pero en realidad Duras no lo escribió, lo dictó. Y se lo dictó a Yann Andréa. Me lo imagino junto a ella, lapicera en mano, anotando esas palabras que son para él y que son el desgarro de la partida, del final, de la separación. No hay más ilusión en el mundo que ese “Hasta pronto”.
El último libro de Marguerite Duras.
¿Cómo llegó Duras a ese amor? La historia es conocida: él se llamaba Yann Lemée y estudiaba Filosofía. El azar le puso en las manos un libro de Duras, Los caballitos de Tarquinia. Le voló la cabeza, dejó todo, se concentró en lo que escribía ella, en ella.
En 1975 —él había nacido en diciembre de 1952— daban India Song en un cine de Caen. Yann estaba allí. “Quiso comprarle un ramo de flores a Marguerite pero no se animó. Llevaba Destruir, dice en el bolsillo, le pide que le firme una dedicatoria, Marguerite firma, Yann pronuncia: ‘quisiera escribirle’”, cuentan Ariana Harwicz y Ariana Sáenz Espinoza en un artículo.
Entonces él le escribe, le escribe, le escribe durante cinco años. De pronto ella le manda un libro, alguna vez otro. Él no se desanima. En 1980 ella le pide que vaya a verla a una ciudad junto al mar. Dicen Harwicz y Espinoza: “Duras tenía 66 años, él 28. Esa noche le muestra las luces de la ciudad, la bahía frente al Atlántico, las rocas negras, están juntos en ese departamento suspendido sobre el mar. Yann la escucha hablar, se queda a dormir y no se separan hasta la muerte de M. D., dieciséis años después”.
Un amor que se volvió libros, que se volvió película. “El amante, con toda modestia, y luego El amante de la China del Norte (1991), y también otras obras maestras, no las hubiera escrito sin mí”, dirá él años después, en un programa de televisión.
Yann Andréa, el último amor de Marguerite Duras, tenía 37 años menos que ella.
Es a ese hombre a quien Duras, ya en sus últimos meses, le escribe:
Ven.
Tenemos que hablar de nuestro amor.
Encontraremos las palabras para hacerlo.
Puede que no haya palabras.
Silencio y…Amo la vida, incluso tal y como es ahora.Menos mal: he encontrado las palabras.
Y lo hace desde la dedicatoria misma:
Para Yann.
Nunca sabemos de antemanolo que escribimos.
Date prisa: piensa en mí.
Para Yann, mi amante de la noche.
Firmado: Marguerite Duras, la amante de ese adorado amante, el 20 de noviembre de 1994, París, rue Saint-Benoît.
Marguerite Duras, en 1991. (Kulio donoso/Sygma via Getty Images)
Un amor tremendo, desesperado, raro. Ella escribió sobre él, el libro se llama Yann Andréa Steiner. Él escribió Ese amor y M.D, Marguerite Duras, una crónica de una cura de desintoxicación de Duras, entre 1982 y 1983.
“También estoy allí para cuidarla cuando está loca, borracha o enferma. Y hasta el final, hasta la última hora”, dirá él.
Ella lo quiere con el alma y, se ve, con el cuerpo. En Nada más escribe: “No volvió a aparecer por el dormitorio. Nunca. Era inútil esperar su canto, a veces exultante, a veces triste, a veces lúgubre”.
Ella le ha cambiado el nombre y le ha comprado un departamentito cerca del de ella. Cuando ella muera, él vivirá allí hasta su propia partida, en 2014. Allí donde ella lo dejó. A él siempre se lo ve rendido a ella, pero en Nada más ella escribe totalmente entregada:
Para Yann.
Por nada.
El cielo está vacío.
Llevo años amando a ese hombre.
Un hombre al que aún no he nombrado.
Un hombre al que amo.
Un hombre que me abandonará.
Lo demás, delante y detrás de mí, antes y después de mí, me es indiferente.
Te amo.
Una diferencia de edad grande como un océano, una diferencia de vida, ella es la autora consagrada, él un estudiante devoto. ¿Quién es alguien para decir qué es el amor? ¿Quién es tan osado como levantar la mano y declamar un interés, un uso, un abuso? ¿No es acaso, un privilegio, ese darse a otro, ese poder recibirlo?
Estas pasiones que parecen de otro tiempo me hacen acordar a una canción de Lhasa de Sela, que decía: No, ya no se canta:/”Sin tu amor me moriré”./No se grita ya:/”No aguanto ese sufrir…”. Y también: “Desde que no hay tradición,/Mi vida se desnuda/Ya sin pasión,/Y no sé para qué/Sirve mi corazón..”
Te dejo, entonces, con este librito mínimo de Duras. Un viaje a la cabeza de gente dispuesta a arrancarse el corazón y hundirlo en alcohol, a acelerarlo a fondo y ponerlo a 140 kilómetros por hora aún sabiendo que así puede chocar, a vivir sin límite y patalear ante la muerte.
No sé si soy capaz de algo así.
(Por Patricia Kolesnicov para Infobae // Imagen principal: Marguerite Duras a punto de presentarse en televisión. Con ella, Yann Andréa. (Jean-Paul Guilloteau/Kipa/Sygma via Getty Images)
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