A pesar de sus excesos, el protagonista de Busco mi destino tuvo una larga carrera en Hollywood y, con los años, se convirtió en un importante coleccionista de arte.
En mayo de 1983, los estudiantes de la carrera de cine de la universidad de Houston esperaban ansiosos la visita de un figura fundamental del cine de Hollywood, un personaje que atravesó el final de la era de los estudios, se transformó en ícono contracultural de los sesenta, en una parte esencial del nuevo cine norteamericano en la década del setenta y un realizador con una obra tan personal como inspiradora. De los múltiples aspectos que contenía Dennis Hopper, el invitado en cuestión, el cuerpo estudiantil se tuvo que conformar con su lado más autodestructivo.
Frente a una audiencia que incluía a aspirantes a directores como Wim Wenders y Richard Linklater, el legendario actor de Busco mi destino decidió montar una performance conocida como la silla rusa de la muerte, un nombre apropiado para lo que el truco implicaba: Hopper sentado en una silla de madera con cartuchos de dinamita encendidos pegados en sus patas. Salvado de suerte, la misma que lo había acompañado desde sus primeros años como joven promesa de Hollywood, aunque más parecido al Coyote de los dibujitos que a la estrella de cine que solía ser, el actor salió de la experiencia con una declaración que los estudiantes que lo miraban azorados no olvidaron jamás: “Eso no fue una broma, muchachos. Sentí como si me hubiera pegado Muhammad Ali”.
La leyenda de la silla rusa de la muerte es una de las tantas que forman parte de la larga lista de malas y peligrosas ideas por las que el actor, director y coleccionista, fallecido en 2010 a los 74 años es recordado. Los bizarros relatos de la vida de la estrella que durante décadas consumía un menú diario de treinta cervezas, cuatro litros y medio de ron y tres gramos de cocaína tenían en común una irrefrenable reacción que resultaba en episodios tan peculiares como aquel ocurrido en Texas. Paseos desnudo por las calles de Hollywood y hasta una valiosa obra de arte baleada en medio de un episodio de paranoia son apenas algunos de los incidentes protagonizados por Hopper que alguna vez había sido uno de los más prometedores jóvenes talentos de Hollywood.
Nacido en 1936 en Kansas, tal como cuenta su biógrafo Peter Winkler, Hopper pasaba la mayoría del tiempo solo, rodeado por los campos de trigo de la granja en la que vivía junto a sus padres, poco interesados en él y mucho menos en su educación. Esos primeros años con el horizonte del campo como su única compañía fueron los que inspiraron su mirada de artista, su interés por la pintura y la fotografía y estimularon la imaginación que luego pondría al servicio de su carrera como actor. Que en principio desarrolló a la par de su interés por las bellas artes cuando su familia se mudó a San Diego y tuvo más acceso a clases de actuación y escuelas de arte.
Fue en ese periodo que el adolescente que soñaba con aparecer en la gran pantalla conoció a Vincent Price. Aunque el veterano del cine vio en Hopper más al futuro coleccionista de arte, pasión que compartían, que al proyecto de actor. “La primera vez que vi un cuadro abstracto fue cuando Vincent y Mary, su esposa me regalaron uno”, contaba el actor en la biografía Dennis Hopper: The Wild Ride of a Hollywood Rebel (Dennis Hopper: el viaje salvaje de un rebelde de Hollywood). La mejor lección que aprendió Price fue que se necesitaba dinero para tener una colección de arte y que la industria del cine era un buen lugar donde conseguirlo.
Sus primeros pasos como actor los dio a mitad de los años cincuenta primero como intérprete invitado en series televisivas y luego con un papel secundario en Rebelde sin causa, la segunda película de su gran amigo y colega James Dean. Rápidamente, la carrera de Hopper empezó a crecer aunque también lo hicieron sus escapadas regadas por alcohol y drogas que solían terminar en orgías. Él mismo contó que entre los jóvenes actores en ascenso se lo conocía por sus excesos, al punto de que Natalie Wood, su compañera de elenco en Rebelde sin causa, le había pedido asistencia para experimentar su primera orgía. La actriz, que por entonces tenía 16 años, quería darse un baño en champaña y luego participar de un encuentro de sexo grupal organizado por Hopper. El problema, según le reveló el actor a su biógrafo, fue que Wood tuvo una reacción alérgica al alcohol y la orgía fue reemplazada por una visita al hospital.
Lo cierto es que más allá de su habitual consumo de peyote, un vicio compartido con Dean, y sus aventuras sexuales, el estilo de actuación de Hopper lo volvió uno de los intérpretes de reparto jóvenes más solicitados por la industria audiovisual en los años cincuenta: fue el hijo de Rock Hudson y Elizabeth Taylor en Gigante, el film que los estudios Warner promocionaban como “el evento de entretenimiento más importante de la década”, y en westerns de la TV y el cine. Sin embargo, luego de la muerte de Dean ocurrida en 1955, la proclividad de Hopper por el alcohol y las drogas empezó a interferir con su carrera. Y sus vínculos amorosos: sus arranques de violencia constantes terminaron con su primer matrimonio. Brooke Hayward, su primera esposa, toleró su comportamiento hasta que, en medio de una pelea, el actor le dio un puñetazo que le fracturó la nariz. Su próxima experiencia como esposo, aunque duró apenas 8 días, fue casi igual de tormentosa.
Archivo.
Todo comenzó cuando Hopper debutó como director en Busco mi destino, el film emblema de la contracultura de finales de los años sesenta que escribió y protagonizó junto a Peter Fonda. Las buenas reseñas que recibió la película y su impacto en la sociedad norteamericana estimularon la creatividad del actor, que pronto se embarcó en su segundo proyecto como realizador, La última película, que se promocionaba como el film más controversial del año. Lo cierto es que la historia sobre el integrante del equipo de filmación de una película realizada en Perú resultó tan experimental y confusa que ni sus productores entendían qué había pasado en el rodaje.
Quien podría haberlo explicado era Michelle Phillips, cantante de la banda californiana The Mamas and the Papas que hizo su debut como actriz en el film. El problema fue que entre una toma y otra, Phillips y Hopper comenzaron un romance que derivó en casamiento. Y unos días después en divorcio. Según Phillips, “no sabía lo que hacía” cuando se involucró con el actor que, por su lado, siempre sostuvo que los primeros siete días del enlace habían sido muy buenos y que solo al llegar al octavo las cosas se pusieron feas. Lo cierto que en el libro Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood, su autor Peter Biskind relata que esos “buenos días”, incluían momentos de pánico para Phillips y su hija de dos años, Chynna, cuando el actor disparaba su arma dentro de la casa y le colocaba esposas a su esposa mientras vociferaba que era una bruja.
Según reportes de la época el día del casamiento Hopper estaba tan drogado que no reconoció a su novia. Un estado alterado que él mismo confirmó después: “Fue una larga orgía de sexo y drogas. Para donde miraras había gente desnuda totalmente intoxicada, pero no diría que eso complicó el rodaje. Por el contrario, creo que ayudó a completar la película. Tal vez éramos todos unos adictos a las drogas, pero éramos adictos con una gran ética de trabajo. Las drogas, el alcohol y el sexo desaforado alimentaron nuestra creatividad”, explicaba el actor luego de pasar por rehabilitación en los ochenta.
Gustavo Caballero – Getty Images North America
Antes de eso, aún en medio de su problemático consumo de drogas, Hopper ocupaba parte de su tiempo a su costado como coleccionista de arte moderno, un mundo que lo fascinaba al punto de hacerse amigo de artistas como Ed Ruscha y Roy Lichtenstein, a quienes les compraba sus obras además de utilizarlos como modelos de sus experimentos como fotógrafo. Claro que, a veces, su avidez coleccionista se topaba con las consecuencias de sus excesos. El ejemplo más rotundo de ese choque ocurrió en la década del setenta, cuando en el periodo entre la filmación de El amigo americano, de Wim Wenders, y Apocalipsis Now!, de Francis Ford Coppola, Hopper se levantó una noche en su casa de Los Ángeles y de reojo vio la serigrafía de Mao Tsé-tung creada por Andy Warhol y se asustó tanto que le dio dos disparos y le hizo dos agujeros. Warhol no solo sabía del incidente, sino que cuando vio la obra le encantó la intervención y hasta etiquetó los agujeros como “tiro de advertencia” y “agujero de bala”. La obra colaborativa estaba cotizada en cerca de 30 mil dólares y formó parte de una subasta póstuma que incluía recuerdos de la carrera de Hopper, antigüedades y hasta un trabajo de Jean-Michel Basquiat que se vendió por seis millones de dólares. Lamentablemente, el actor pasó los últimos meses de su vida tratando de salvaguardar su colección, nada más y nada menos, que de su quinta esposa, Victoria Duffy.
Por amor al arte
“Le deseo lo mejor a Victoria, pero quiero pasar mis últimos días rodeado de mi familia y amigos cercanos”, decía el comunicado que Hopper envió a los medios para informar que, a los 74 años y afectado por un cáncer de próstata inoperable, había decidido poner fin a su matrimonio de catorce años. Una pareja a la que él mismo decía deberle los mejores años de su vida. “Me preguntan si esperaba llegar a los setenta. Diablos, nunca esperé llegar a los 30. Es un milagro que siga aquí”, explicaba Hopper en un reportaje con la revista Cigar Aficionado, en 2001.
THE MARK GORDON COMPANY / TWENTI – Collection ChristopheL via AFP
Allí, el actor dos veces nominado al Oscar -una vez como guionista de Busco mi destino y luego, en 1986, por su trabajo como actor de reparto en el film Ganadores-, responsabilizaba a su esposa por su estabilidad laboral y emocional.
Se habían conocido en 1992, cuando el actor tenía 56 años y Duffy, 23. Por esa época Hopper ya llevaba un tiempo atravesando un buen momento profesional, con papeles en films de gran repercusión como Máxima velocidad y Waterworld y proyectos más independientes como Terciopelo azul y Basquiat, la biografía del artista que combinaba su interés por el cine con las bellas artes. La etapa feliz, sin embargo, llegó a su fin cuando tras el diagnóstico médico irreversible del actor su esposa se enteró de que la parte de su fortuna que le correspondía, según el testamento, no sería suficiente para mantener el estilo de vida al que estaba acostumbrada.
La intensidad de la disputa fue tal que, ya moribundo, el actor presentó una demanda de divorcio para evitar que su esposa por más de diez años se quedara con sus bienes. La pelea no se resolvió ni siquiera con la muerte: unas horas antes del funeral de Dennis, Victoria Hopper recibió una notificación de su abogado en la que le informaba que ya no estaba invitada a la despedida del artista. Esa rara avis que durante seis décadas construyó un camino único e irrepetible en Hollywood.
(Por Natalia Trzenko para La Nación // Imagen principal: Dennis Hopper en el rodaje de Apocalipsis NowCaterine Milinaire – Sygma)
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