Son restos fosilizados de un gliptodonte encontrado en Merlo. Muestra evidencias de haber sido carneado y consumido por hombres hace 20.000 años. El trabajo es fruto de científicos argentinos fue publicado en la revista científica internacional Plos One.
“Este registro pone en discusión cuándo fue exactamente el arribo al continente americano”. Con estas enigmáticas palabras, Mariano Del Papa, licenciado en Antropología especializado en Arqueología y doctor en Ciencias Naturales por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), aludió a un mojón trascendental: el momento en que los viajeros de ese «arribo» (nosotros, los humanos) llegaron al continente americano, evento que, reveló un hallazgo reciente de investigadores argentinos nada menos que en Merlo, Provincia de Buenos Aires, habría ocurrido mucho antes de lo que se pensaba. Hace 21.000 años.
Los protagonistas de esta historia son un gliptodonte (técnicamente, un Neoesclerocalyptus) de 300 kilos y unos dos metros de largo, y un grupo de humanos. Del mamífero acorazado o suerte de mulita inmensa quedaron algunos huesos a orillas del río Reconquista, que fueron encontrados por los investigadores. Son noticia (y de hecho todo esto está siendo publicado este miércoles en la prestigiosa revista Plos One) porque los huesos tienen marcas parecidas a las que hubiera accidentalmente dejado el carnicero del barrio tratando de vender unos churrasquitos deshuesados. Claro que «el carnicero» fueron unos humanos que pasaron por Merlo hace 21.000 años.
Por fuera de todo morbo (y esto incluye las elocuentes imágenes con que los investigadores recrearon la escena del descarne), hay dos puntos interesantes en esta novedad.
La primera, desde ya, que todo haya ocurrido acá nomás, en la localidad de Merlo. La segunda, su datación, hace 21.000 años, lo que prueba la presencia humana en el continente sudamericano bastante antes de lo que los antropólogos tienden a aceptar, confirmaron los investigadores de la UNLP, tras enviar las muestras óseas para su datación al Instituto Pasteur de la Universidad de París, en Francia.
La teoría instalada sobre la presencia de humanos en América viene siendo motivo de debate. Mientras históricamente hubo consenso respecto de que el arribo humano fue hace 16.000 años, esa mirada ahora es llamada “paradigma tardío”, y se contrapone a una segunda perspectiva que viene cobrando fuerza.
“Desde inicios del siglo XXI se comenzó a sistematizar un ‘paradigma temprano’, que plantea que la llegada de humanos fue por lo menos hace 20.000. Hubo hallazgos en Canadá, Estados Unidos y México que lo demuestran”, contó Del Papa a Clarín.
El registro en Merlo no solo se suma al combo de pruebas del paradigma temprano sino que es uno de los más antiguos encontrados hasta ahora en toda América del Sur. “Uno de los más”, aunque para Del Papa sea “el más”.
“Hay unos hallazgos en Brasil que podrían tener 25.000 años, pero esos investigadores encontraron hueso de animal del que, desde mi punto de vista, no termina de quedar claro si tiene modificaciones generadas por la propia actividad humana o si es resultado de la actividad de insectos”, explicó.
Lo cierto es que si uno deja de lado el registro brasileño, el de Merlo representa la prueba de presencia humana más antigua encontrada en la región sudamericana.
De Alaska a Merlo, una larga odisea humana
“El hallazgo propiamente dicho fue del paleontólogo Guillermo Jofré, a orillas del río Reconquista”, explicó Del Papa, primer autor del paper publicado en Plos One. Además de Jofré, que trabaja para el Repositorio Paleontológico “Ramón Segura” de Merlo, los otros investigadores del trabajo pertenecen a las divisiones “Antropología” y “Paleontología vertebrados” de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, al Centro de Investigaciones Geológica (UNLP-Conicet), al Instituto Pasteur de París (Francia) y a la Universidad Fudan de Shanghai (China).
«A Jofré, que se puso a estudiar los huesos del animal (N. de la. R: no lo encontraron completo sino solo los huesos de la cola y parte de la pelvis), le llamaron la atención unas marcas en las vertebras de la cola. Como nunca había visto algo así, consultó con otro paleontólogo. Esta segunda persona vio las marcas y dijo ‘esto debe ser actividad humana’”, contó Del Papa.
Con esas marcas, entran los antropólogos a escena. Y con ellos, una mochila de conceptos que exceden al gliptodonte en cuestión. Por ejemplo, el concepto de correlato ambiental ligado a este hallazgo.
“Si bien se discute hace cuánto tiempo llegaron los humanos al continente, lo que no se discute es la ruta por la que lo hicieron: sabemos que fueron de Siberia a Alaska, pasaron por América del Norte y de ahí fueron bajando hasta poblar Tierra del Fuego”, repasó el investigador.
Pero si el recorrido fue muchísimo antes de lo que se pensaba hasta ahora, toda la película podría haber transcurrido en una escenografía terrestre completamente distinta. Otro correlato ambiental.
Un pasaje canadiense entre los glaciares
En estos días se habla mucho del cambio climático. Si bien es un proceso tremendamente acelerado por la nociva relación de los humanos con la naturaleza, no deja de ser un cambio natural e inevitable. Una etapa más de las muchas que vio el planeta ya.
Partiendo de esa base, este hallazgo pone de relieve que la Tierra no era igual hace 21.000 años, en comparación a 16.000 años atrás.
En el último caso, el período en términos geológicos es el Holoceno (el mismo en el que vivimos hoy). Sin embargo, hace 20.000 años se produjo el llamado “último máximo glacial” (UMG), la etapa con la máxima extensión de las capas glaciales sobre la faz terrestre. Geológicamente hablando, eso ocurrió durante el Pleistoceno final.
La característica de esos días (que duraron algunos miles de años) es que “se generó un gran escudo de hielo que cubría toda América del Norte, incluyendo Canadá, desde ya. Pero no era un único casco sino dos: uno venía del este y otro desde el oeste. Se sabe que hubo un corredor en el medio”, contó Del Papa.
Así, si se puede probar que hubo humanos pisando estas pampas en esos días, “también es posible afirmar que, para llegar, debieron atravesar ese corredor que pasaba por el medio de Canadá”.
En otras palabras, “este hallazgo permite probar que el poblamiento de América se produjo previo a la retirada de los glaciares, evento que ocurrió hace 17.000 o 16.000 años”.
Prehistoria a la vera del río Reconquista
“Si había glaciares en ese momento, se puede deducir que el nivel del mar era más bajo, de modo que había más territorio disponible”, pero cuando los glaciares se derritieron, todo lo que había ocurrido en las orillas “quedó otra vez tapado por el mar”.
En el trabajo con los huesos, los investigadores descartaron distintas hipótesis. Por ejemplo, que otro animal hubiera generado las marcas, sea para comer al gliptodonte, como también roedores que podrían haber intentado obtener nutrientes de los huesos. “La hipótesis que más nos cerró fue que la marca corresponía a un corte humano”, aclaró.
Las marcas humanas hechas con cuchillos de piedra -como en este caso- tienen particularidades morfológicas difíciles de confundir. Un ejemplo, explicó Del Papa, es que, “cuando cortás con este tipo de cuchillo, la marca que queda en el hueso tiene forma de V, mientras que si la hubieran generado los dientes de un carnívoro, la cavidad de la marca hubiera tenido forma de U”.
Ahora bien, ¿por qué no hubo hasta ahora en el país otros hallazgos de marcas humanas con semejante antigüedad? El propio investigador se lo preguntó, pero usando una expresión muy de su nicho: “¿Por qué hay poca señal arqueológica? Probablemente, porque podría ser una etapa en la que no hay poblamiento efectivo en la región sino que estamos observando la llegada de exploradores a la zona”, apuntó.
Si hubieran sido los primeros que tantearon estas latitudes, seguramente en algún momento aparecerán otros restos de los que llegaron después.
Encontrarlos es un trabajo que, destacó Del Papa, tiene sentido hacer: “El acervo cultural y científico es parte de la riqueza del país. Esto que digo no son solo palabras. Si Argentina quiere parecerse al primer mundo, debe mirar cómo el primer mundo apuesta a la ciencia. Cómo busca progresar a través del conocimiento. Sin conocimiento no vamos a ningún lugar”.
(Imagen principal: Trabajo de antropólogos y paleontólogos de la UNLP a orillas del río Reconquista, en Merlo. Foto gentileza Fundación Azara // Por Irene Hartmann para Clarín)
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