Por Inés Capdevila para LA NACION
Para Maduro, gobernar con este grado de ilegitimidad será más desafiante que nunca, mientras que aceptar una derrota sería costosísimo; la oposición, con amplios desafíos.
El muerto más joven de las protestas del lunes pasado contra uno de los mayores escándalos electorales de la historia de América Latina tenía apenas 15 años. La persecución de los fiscales de mesa, de los manifestantes anti Maduro, de dirigentes opositores o de cualquiera que se atreva a cuestionar los resultados dejó casi 900 arrestos en los últimos seis días.
En Venezuela, las víctimas están; las actas oficiales que corroboran la supuesta reelección de Nicolás Maduro, no. A falta de legalidad, violencia. Esa ecuación no es nueva, es solo una reversión de la fórmula con la que Hugo Chávez y sus herederos se despojaron progresivamente de su máscara democrática a lo largo de 25 años de gobierno. Lo hicieron pese a los esfuerzos opositores, al horror de millones de venezolanos que optaron por el éxodo y a los cuestionamientos de una parte de la región. Y con la complicidad o la crítica tibia de otra parte del continente.
El presidente Nicolás Maduro, en la marcha chavista en Caracas, Venezuela. (AP/Matias Delacroix)Matias Delacroix – AP
La máscara se terminó de hacer trizas el domingo pasado. La pregunta ahora es: ¿la violencia y la ilegalidad serán, de aquí en más, la forma de gobierno definitiva y excluyente en la Venezuela de Maduro? ¿O se puede negociar una vía que permita verificar las actas y honrar el triunfo opositor?
Tal vez nunca en este siglo, América Latina se enfrentó a una incógnita de respuesta tan compleja e incierta. Para el presidente venezolano y sus socios, aceptar una derrota es costosísimo. Se verán obligados a abandonar, al menos en parte, el control de la política, los negocios –lícitos e ilícitos–, la economía y la justicia, bajo una impunidad total. Pero sin legalidad y con violencia, Maduro deberá convivir también con la ilegitimidad, adentro y afuera de su país, entre sus aliados y entre sus rivales.
Gobernar le será más desafiante que nunca y quedarse también le será costosísimo. Tanto como doloroso será para una Venezuela agotada, empobrecida y descreída.
De todas maneras, Maduro no aceptará por sí solo su derrota. Y si una negociación internacional apunta a que lo haga, debería ser rápida, directa y ejecutable al milímetro. El presidente está acostumbrado a dilatar los tiempos para desgastar a sus enemigos y a incumplir todos sus acuerdos. Así lleva 11 años en el poder, incluso si pocos –también en el chavismo– creían que duraría mucho cuando Chávez, en su agonía, lo eligió para sucederlo.
1. ¿La “tristeza” también chavista?
Las actas presentadas por la oposición desnudan no solo la victoria apabullante de Edmundo González Urrutia, sino también una radiografía sombría para Maduro. El oficialismo, de acuerdo con esos resultados, perdió en todos los estados y en casi el 90% de los municipios.
Sin embargo, el dato más lacerante para el chavismo no es ese. Es, en todo caso, que el partido atrajo el apoyo de la izquierda regional con su promesa de rescate del “pueblo” en Venezuela y la patria grande, perdió casi por completo el apoyo popular. Según las actas opositoras digitalizadas, el 70% de los votantes de bajos ingresos eligieron a González, mientras que el 58% de los de altos ingresos y el 63% de medios ingresos hicieron lo mismo.
Cacerolazos en el barrio popular de Petare, en Caracas, en rechazo al triunfo electoral de Nicolás Maduro que anunció el CNE. (Juan Calero / AFP)Agencia AFP – AFP
“Adentro del chavismo, hay tristeza en varios grupos porque ellos saben que perdieron las elecciones. Hay resaca política y mucho miedo. Que todos se muestren alineados detrás de Maduro no quiere decir que no haya dudas internas. Tengo la sensación de que Maduro está golpeado, en lo personal, en su liderazgo, en su habilidad de convocatoria”, dijo, en diálogo con LA NACION desde Caracas, Phil Gunson, analista para Venezuela del Crisis Group.
Nadie conoce mejor que el chavismo, que controla todos los poderes del Estado, la verdadera dimensión de su derrota. Nadie sabe mejor que Maduro qué tan difícil será gobernar y cuántos favores y beneficios más deberá repartir para cohesionar al chavismo detrás suyo, incluso cuando ya apeló al reparto de prebendas durante más de una década.
Diosdado Cabello, hombre fuerte del chavismo, en la marcha en Caracas, Venezuela. (AP/Cristian Hernandez)Cristian Hernandez – AP
“El grado de distancia entre la sociedad y el gobierno nunca fue tan grande. El gobierno ahora puede salirse con la suya en términos materiales, pero perdió toda legitimidad. Y necesita esa legitimidad para gestionar, para tener relaciones diplomáticas. Se le complica en la región, se le complica en la economía, se le complica en el financiamiento externo. En campaña, Maduro había prometido varias transformaciones económicas. Simplemente no podrá cumplir. Y esto afecta a la burguesía [que lo respalda] y generará tensiones internas]”, opinó, en diálogo desde Caracas, Guillermo Tell Aveledo, analista político y profesor en la Universidad Metropolitana.
La economía venezolana repuntó luego de que Maduro se comprometiera con ciertas normas democráticas y Estados Unidos flexibilizara las sanciones para la explotación petrolera. Con eso destruido, la agonía de la inflación alocada y la pobreza desatada se instalarán a largo plazo.
Según el economista venezolano Orlando Ochoa, el Estado necesita unos 15.000 millones de dólares para resucitar la economía. Ausente el financiamiento externo y con bajos ingresos por el petróleo, no quedará más que recurrir a China o Rusia, los aliados a los que Venezuela ya les debe mucho más de lo que puede pagar.
Un encuentro entre los presidentes Nicolás Maduro y Xi Jinping.Twitter
Sin negocios ni ganancias, no solo la burguesía económica tiembla; también lo hacen las Fuerzas Armadas, que controlan desde supermercados y estaciones de servicios hasta industrias. ¿Quiere decir eso que la génesis de una implosión del chavismo está en el derrumbe económico a mediano plazo y no en el fraude de estas elecciones? No necesariamente.
2. ¿Dónde está la salida?
“Sería iluso sentarse a esperar que el chavismo se derrumbe internamente o que algún sector oficialista insista en conceder la derrota [a González Urrutia]. No hay transición si no es a través de una negociación a fondo”, dijo Gunson.
La advertencia del analista del Crisis Group expresa un consenso de diplomáticos, especialistas y dirigentes políticos fuera y dentro de Venezuela: cualquier salida para Venezuela tras las elecciones del domingo pasado nacerá de una negociación, más allá de que la voz mayoritaria de un país y de una región indignados exijan que Maduro acepte sin peros ni violencia su derrota. No, no será la solución ideal, no será la solución que demandan la tradición democrática, la justicia y la moral. Será apenas la solución posible. ¿Y cuál es esa?
La negociación que está en marcha es la encabezada por Brasil, Colombia y México, naciones gobernadas por líderes de diálogo y afinidad ideológica con Maduro. Luego de bordear la complicidad con un silencio demasiado largo, los tres le reclamaron al Consejo Nacional Electoral (CNE) que presente las actas y que ellas, sobre todo, sean verificables (y en lo posible, que no sean falsas…). Vencedores y vencidos deberán, según esa propuesta, aceptar el eventual resultado.
Sus cancilleres viajarían a Venezuela esta semana para persuadir a Maduro, una ofensiva diplomática que, según la prensa diplomática, contaría con un plazo de cinco o seis días.
Nicolás Maduro, en el acto chavista en Caracas, VenezuelaX @PresidencialVen
Las actas, reclamadas hasta por Cristina Kirchner, no aparecen y podrían no hacerlo jamás, acaso una admisión tácita de derrota por parte de un Maduro que se hundiría en la ilegitimidad. En ese caso, la negociación sería otra.
“La solución del medio es la negociada y tiene que ser una salida sin vencedores ni vencidos para que sea posible. En este caso, el grupo de los Seis –Maduro y su mujer, Cilia Flores; Diosdado Cabello; los hermanos Delcy y Jorge Rodríguez, y el general Vladimir Padrino López– deberían aceptar una transición con garantías de que no va a terminar en la cárcel, si va a ser insostenible. Como en toda negociación diplomática, hay que bajarle el costo a la salida y aumentárselo a la permanencia”, señaló a LA NACION Daniel Zovatto, jurista y especialista en elecciones latinoamericanas y gobernabilidad.
En medio de la furia de una semana de mentiras, movilización y represión, las diplomacias de varios países evaluaron la realización de nuevas elecciones presidenciales junto con las legislativas y regionales de 2025, una alternativa que enardecería –con razón– a millones de venezolanos pero que no sería novedosa para la oposición.
Miembros de las fuerzas de seguridad chavista, en un operativo contra una marcha opositora, en Caracas. (Yuri CORTEZ / AFP)YURI CORTEZ – AFP
En noviembre de 2021, el emblemático estado de Barinas, cuna de Chávez, eligió por primera vez en 23 años a un gobernador opositor. El chavismo invalidó esos comicios en el siempre cómplice Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), que ordenó una nueva votación.
3. ¿Cómo se sostiene una negociación?
La reacción de la oposición a esa jugada chavista fue ágil y rápida. Cambió a su candidato –el primero había sido inhabilitado– y, en la repetición electoral, apenas dos meses después, volvió a ganar por un margen mucho mayor.
Hoy, la oposición también tiene sus desafíos, aun cuando haya alcanzado el mayor de todos, según sus actas: destronar al presidente. Mantener la movilización y la visibilidad y evitar, al mismo, tiempo que sus líderes sean arrestados será el mayor de esos retos. Pero hay otro también difícil y por años esquivo, reforzar la unidad entre moderados y extremistas para impedir que Maduro logre lo de siempre: dividirlos.
María Corina Machado, delante de un cartel de Edmundo González Urrutia, en la marcha opositora en Caracas. (Federico PARRA / AFP)FEDERICO PARRA – AFP
“Esta crisis puede terminar en la violencia desatada. Es muy importante que ambos lados la eviten. Requiere de ambos lados cabezas frías”, advirtió Gunson.
La capacidad de violencia descansa hoy en manos del oficialismo, con todos los resortes de sus fuerzas de seguridad. De hecho, las escenas de represión se sucedieron en la semana, algunas más escondidas que las otras. ¿Podrá o querrá Maduro negociar y no caer en el escenario de la represión total?
“Hay algunas señales de que este proceso no está cerrado. Si lo estuviese, Maduro ya habría actuado como Ortega, que puso presos a todos los líderes de los partidos opositores y listo”, opinó Zovatto.
Aislamiento total en la cárcel o exilio apátrida fueron los destinos para cualquiera que osara disentir con el dictador de Nicaragua en los últimos años.
Cuando el impulso autocrático de Ortega se manifestó en todas sus caras, en 2021, la comunidad internacional se escandalizó, pero poco hizo para detener la deriva dictatorial.
Daniel Ortega y su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, mantienen un férreo control de la agenda política en Nicaragua-Getty Images.
En Venezuela, la región ensaya una intervención más activa, sin tener mucha certeza de la posibilidad de éxito. Colombia y Brasil tienen bastante en juego. No son solo las fronteras porosas ante la migración y los negocios ilícitos que anidan en Venezuela, sino también la popularidad de Gustavo Petro y Luiz Inacio Lula da Lula, ambos en la mira de sus votantes por su cercanía ideológica a un Maduro rechazado en el continente. Su desafío es tan grande como los de Maduro y la oposición. También lo es para una Casa Blanca ocupada más en Asia y en las guerras de Europa y Medio Oriente, si no quiere que nuevos flujos migratorios se metan en su campaña electoral.
“Esta crisis es una partida de ajedrez en varias mesas a la vez. Hay que repartirle zanahorias a todos los implicados. Hay que hablar con Cuba, con los Brics. Con China se puede poner en la mesa a Taiwán; y con Rusia, a Ucrania. Para Estados Unidos es una situación muy complicada”, dijo Zovatto.
Mientras los ajedrecistas mueven sus piezas, millones de venezolanos esperan que las elecciones hayan sido el difícil comienzo de una nueva era democrática y no el acto de graduación de Maduro, el dictador.
(Imagen principal: María Corina Machado en la marcha opositora, en Caracas-Prensa María Corina Machado)
ADNbaires