Jean-Michel Claverie y Chantal Abergel lideran un laboratorio en Francia que se dedica a estudiar patógenos que permanecieron congelados durante miles de años bajo el suelo del Ártico. En una entrevista con Infobae, los científicos explicaron cómo los descubren y por qué representan una amenaza tan grande.
Jean-Michel Claverie, de 73 años, tiene la sospecha de que la próxima pandemia se puede desatar a partir de un virus que permaneció congelado durante miles de años debajo del permafrost del Ártico. Hace ya diez años, descongeló un gramo de ese suelo helado y logró revivir a un virus que tenía 30 mil años de antigüedad. Después hizo que ese virus “zombie”, tal como le llaman coloquialmente, infectara a una ameba.
Claverie está casado con Chantal Abergel (62), también bióloga de renombre. Juntos lideran el Centro de Información Estructural y Genómica de la Universidad de Aix-Marsella. Dirigen un equipo de una docena de investigadores que confluyen día a día en un edificio pintoresco, emplazado en medio de un bosque. Allí se produce la magia: primero salen a cazar los virus, luego intentan reanimarlos para recién entonces determinar su potencial infeccioso.
“Trabajamos juntos formalmente desde 1995, cuando creamos el laboratorio en Marsella, que combina el trabajo teórico y experimental. Jean-Michel es el jefe del laboratorio, se encarga de la parte teórica, y yo soy la líder del equipo experimental, me encargo de supervisar el aislamiento y la caracterización de los ciclos infecciosos”, dijo Abergel en una entrevista con Infobae.
La historia de amor de Claverie y Abergel comenzó en un congreso científico en 1987. Los dos compartían el interés por la bioinformática, por el uso de las computadoras para procesar y comprender grandes volúmenes de datos biológicos. Después de una estadía laboral de cinco años en Estados Unidos, volvieron a instalarse en Francia, en la ciudad natal de ella, Marsella. Allí dieron inicio a su laboratorio que hasta el día de hoy marca la agenda en virología y que estableció distintos hitos científicos.
El campus de la Universidad de Aix-Marsella. Allí la pareja de virólogos comanda un equipo de investigadores. Foto: Jeremy Suykur/Bloomberg
La pareja hizo el descubrimiento del primer virus gigante, el mimivirus. Ese hito, dicen, marcó una “ruptura de dogmas”. Ambos quedaron fascinados y dedicaron su tiempo a estudiarlo en profundidad, a demostrar una paradoja: que esos virus no se veían porque eran demasiado grandes. “Tradicionalmente, la fracción viral de las muestras se recogía por filtración a medida que pasaba por los filtros”, explicó Abergel.
De hecho, ese descubrimiento un tanto accidental fue lo que llevó a Abergel a abocarse al estudio de los virus. Hasta entonces, había incursionado en distintos campos de la investigación biológica, pero un día llegó a sus manos una muestra que provenía de un hospital de Bradford, Inglaterra. Los médicos buscaban los orígenes de un nuevo brote de neumonía y creían que se trataba de una bacteria distinta, desconocida.
Cuando Abergel observó la muestra en el microscopio, quedó anonada. No entendía de qué se trataba. Lo que veía rompía cualquier estándar. Los virus, todos ellos, eran pequeños, simples, diseñados únicamente para ingresar en las células y replicarse en humanos, en huéspedes. Pero en este caso era un virus de dimensiones colosales, de mayor complejidad y que había pasado inadvertido porque no había infectado a nadie. Ese suceso, el descubrimiento del mimivirus, marcó el comienzo de la llamada virología ambiental.
El laboratorio de Marsella fue pionero en la materia y se dedicó durante años al estudio de los virus gigantes sin aún interacción con seres vivos, con humanos, animales o plantas. El giro hacia los virus zombies llegó en 2013, cuando Claverie se enteró de la existencia de un equipo científico ruso que había logrado revivir una planta que había estado congelada durante 30 mil años en el permafrost de Siberia. “Quizás se pueda hacer lo mismo con virus que descansan en ese mismo suelo helado”, pensó.
Jean-Michel Claverie y Chantal Abergel se abocaron a estudiar en los últimos años a los virus que permanecen debajo del permafrost del Ártico. Foto: Jeremy Suykur/Bloomberg
“El permafrost es un suelo permanentemente congelado y es ideal para la conservación. Los virus que estamos aislando no se propagarán entre los humanos, ya que sus huéspedes son amebas que se encuentran muy lejos de nosotros. Pero el aislamiento de estos virus plantea la inquietud sobre otros virus que también se encuentran en esos suelos en proceso de descongelación. Los estudios metagenómicos muestran la presencia de una gran variedad de patógenos en el permafrost”, explicó la pareja.
Todos esos patógenos son desconocidos por la ciencia. Jamás fueron estudiados y, con el descenso de las temperaturas en el Ártico podrían ver de nueva la luz del día y encontrar huéspedes en humanos que decidan instalarse allí. Para Claverie, justamente en esa falta de conocimiento está la alarma. Cree que los esfuerzos para vencer un virus nuevo, sin similitudes a otros que circulan por el mundo, serían mucho mayores de los que fueron necesarios para aplacar el Covid-19.
“No tenemos un día típico de trabajo”, dice Abergel. Cada nuevo día es distinto al anterior. Es que en un campo tan exploratorio, los resultados obtenidos son los que definen la continuidad de los estudios. “La teoría ayuda a construir hipótesis y estas hipótesis pueden ser cuestionadas experimentalmente. Los resultados a los que arribamos proporcionan nuevas hipótesis que construimos en conjunto entre los experimentadores y los teóricos. Es un círculo que se retroalimenta”, describió.
Dentro de la rutina, como todo investigador, realizan tareas administrativas: redactar solicitudes de subvenciones, preparar artículos y presentaciones para exponer los estudios en conferencias y congresos científicos. Uno de los últimos papers, que también generó impacto en la comunidad, describe el descubrimiento de cinco nuevas familias de virus en muestras que datan de hasta 48.500 años atrás, tomadas de siete puntos geográficos distintos de Siberia.
La amenaza de los virus zombie
Virus «zombie» infecta a una ameba unicelular tras ser revivido en el laboratorio después de permanecer miles de años bajo el permafrost
Un artículo de Jean-Michel Claverie, publicado en la revista Think Global Health, detalla la amenaza que representa que microbios provenientes del norte, almacenados en la tierra helada durante hasta un millón de años, se liberen a partir del deshielo acelerado de los suelos del Ártico siberiano. Del suelo llamado permafrost.
El permafrost se origina a partir de suelo normal, según explica el científico. Es una mezcla de materia orgánica en descomposición bajo la influencia de una enorme y diversa población de microorganismos (bacterias, levaduras, protozoos). Debajo de la capa activa, el agua líquida libre deja de existir y detiene progresivamente todas las actividades metabólicas.
“Aunque esto provoca la muerte irreversible de una fracción de los microorganismos residentes, muchos otros logran entrar en un estado inerte llamado ‘criptobiosis’, a la espera de su eventual regreso a la vida cuando la temperatura vuelva a superar los 0 grados. Resulta que el permafrost profundo, y por lo tanto antiguo, ofrece condiciones ideales para la conservación de las estructuras celulares, así como del ADN. Es frío, oscuro, anóxico y neutro, todo lo contrario de lo que destruye rápidamente a los microbios en la superficie: calor, luz ultravioleta, oxígeno y pH extremo. Ponga un yogur en permafrost y podría seguir siendo comestible 50.000 años después”, graficó.
Hasta el momento Claverie y Abergel lograron capturar virus con una antigüedad de casi 50 mil años, pero debajo del permafrost puede haber rastros que datan de un millón de años atrás. Por entonces, nuestra especie -los homos sapiens- no existía y, por lo tanto, nuestro sistema inmunológico nunca estuvo en contacto con esos microbios, que los experimentos demostraron que, en buena medida, siguen siendo infecciosos pese al paso del tiempo.
(Por Maximiliano Fernández para Infobae // Imagen principal: Los pareja de virólogos Jean-Michel Claverie y Chantal Abergel, en el Centro de Información Genómica y Estructural (IGS) de la Universidad de Aix-Marsella en Francia Foto: Jeremy Suykur/Bloomberg)
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