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Cuando Rusia vendió su “pedazo de América”

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Cuando Rusia vendió su “pedazo de América”

El 30 de marzo de 1867. Estados Unidos compró Alaska a los rusos por 7,2 millones de dólares en oro, el equivalente a algo más de 100 millones dólares de hoy, «una ganga».

En 1867 el emperador Alejandro II decidió vender Alaska a los Estados Unidos; la compra del territorio fue una de las operaciones más rentables de la historia, una verdadera ganga para el comprador… aunque en ese entonces pocos opinaron igual.

Alaska es el estado más extenso de los Estados Unidos. Y también el más salvaje. En sus tierras se filman los docurealities más extremos. Lo llaman “la última frontera”. Sin embargo, es uno de los estados más jóvenes de la Unión y, un dato que pocos saben, hasta mediados del siglo XIX perteneció a los rusos quienes habían bautizado a ese pedazo de tierra con dos palabras que hoy parecen incompatibles: “Rusia Americana”.

La compra de Alaska fue la inversión más lucrativa de la historia que realizaron los estadounidenses. Resultó un negocio redondo, aunque en su momento la decisión fue muy criticada.

La Rusia Americana (Rússkaya Amérika)
Alaska fue la puerta de entrada del hombre a América. La mayoría de los pueblos nativos americanos -si no todos- provienen de los nómadas asiáticos que cruzaron por el Estrecho de Bering. Su nombre proviene del vocablo aleutiano que significa “tierra grande”.

Los nativos se orientaron a la caza. En el siglo XVIII aparecieron las primeras expediciones rusas promovidas por comerciantes de pieles. En un comienzo, nativos y mercaderes mantuvieron una buena relación basada fundamentalmente en el comercio: los rusos compraban las pieles que los nativos cazaban. Pero los conflictos no tardaron en aparecer ya que el abuso en la caza de la nutria, la joya del territorio, produjo la extinción del animal en algunas zonas y derivó en enfrentamientos que terminaron por expulsar a los nativos. Además, los nuevos visitantes trajeron consigo enfermedades que resultaron letales para los locales.

Ante los rumores de asentamientos rusos y británicos, los españoles decidieron enviar expediciones navales a la zona. La bula papal Inter caetera II de 1493 daba derechos a los Reyes Católicos sobre los terrenos “hallados y por hallar” en la costa oeste de Norteamérica, lo que incluía Alaska.

En 1775, una expedición partió desde San Blas, en la costa oeste de México, con la misión de cartografiar y reclamar territorios para la Corona española. Uno de sus barcos tomó la isla de Nutca, en Vancouver, y desalojó un establecimiento británico, lo que desató una crisis entre España y el Reino Unido que pudo terminar en una guerra por el control de Pacífico. La situación se resolvió en la Convención de Nutca, que resultó el puntapié inicial del dominio británico sobre la Costa Oeste.

Cuando Rusia decidió vender Alaska no atravesaba por su mejor momento, ya que se encontraba devastada por las deudasCuando Rusia decidió vender Alaska no atravesaba por su mejor momento, ya que se encontraba devastada por las deudas.

Mientras tanto, en Alaska, los rusos habían conseguido asentarse en más de 20 puestos de comercio, colocados estratégicamente en islas y costas para comercializar las pieles de los indios y almacenarlas hasta que los barcos llegaran.

En 1799 se creó la Compañía Ruso-Americana, una empresa que tenía el monopolio de la explotación de los recursos de Alaska y su función principal era consolidar la presencia rusa en América del Norte. Aunque fundaron dos ciudades: la Nueva Arcángel, actualmente Sitka, y Saint Paul, situada en la isla Kodiak, Alaska siempre estuvo muy poco poblada. Nunca llegó a haber de forma simultánea, en toda la región, más de 700 colonos rusos. La sociedad era un crisol de culturas: además de rusos había siberianos y diversos grupos indígenas que convivían pacíficamente.

Parque Nacional de los fiordos de Kenai en AlaskaParque Nacional de los fiordos de Kenai en Alaska.

Pero los enfrentamientos con los clanes locales continuaban y, a pesar de que habían obtenido algunas victorias, a Rusia le costaba mucho dinero sostener su posición. A pesar de la riqueza del territorio, les resultaba difícil convencer a otros rusos de radicarse allí. Los principales obstáculos eran “lo riesgosos que resultaban los viajes” y “lo inhóspito” del lugar.

El gobierno ruso atravesaba una situación financiera complicada por la guerra de Crimea y temía por el avance de los estadounidenses sobre el territorio. Lo que más inquietaba al emperador Alejandro II era la idea de perder esas tierras sin ninguna compensación. Y ese fue el motivo que lo impulsó a vender el territorio a los Estados Unidos. Las conversaciones comenzaron a mediados de siglo XIX pero la Guerra Civil estadounidense (Guerra de Secesión) frenaron las negociaciones. Cuando finalizó ese conflicto, las comunicaciones se retomaron. Eduard de Stoeckl, un diplomático ruso instalado en Washington, fue el encargado de coordinar el acuerdo con los Estados Unidos.

“La heladera de Seward”
El gobierno norteamericano, por su parte, designó al secretario de Estado William H. Seward, que también había sido secretario de Estado con Abraham Lincoln, para representar al país en la mesa de negociación. Tiempo atrás, el funcionario se había mostrado a favor de la compra porque entendía que había intereses estratégicos en juego debido a su cercanía tanto con rusos como con británicos. También, contaba con el apoyo del presidente del Comité para Relaciones Exteriores del Senado, Charles Sumner quien expresó abiertamente la conveniencia de adquirir el territorio.

Sin embargo, en la población estadounidense había dudas. La opinión pública se dividió. Los que estaban en contra no consideraban prudente que el gobierno gastara dinero en unas tierras tan lejanas y tildaron despectivamente a la operación como “la locura de Seward”, “la heladera de Seward” o “el parque de osos polares de Andrew Johnson”, en ese entonces Presidente de los Estados Unidos.

Horace Greeley, editor del “New York Tribune”, encabezó la oposición y llegó a escribir que “Alaska era una carga que no valía la pena tomar ni regalada”.

Pero Seward estaba decidido. Finalmente, en la madrugada del 30 de marzo de 1867, Estados Unidos compró la región de Alaska a Rusia. El precio final acordado con el vendedor fue de 7,2 millones de dólares (alrededor de unos 100 millones de dólares en la actualidad).

El senado norteamericano ratificó el tratado el 9 de abril de 1867 con 37 votos a favor y 2 en contra. Pero los rusos debieron esperar más de un año para recibir su cheque por la oposición de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos que recién aprobó la asignación en julio de 1868.

El 18 de octubre de 1867, día histórico, soldados estadounidenses y rusos desfilaron ante la casa del gobernador de Alaska. En la misma ceremonia, la bandera de rusa fue arriada y la de los Estados Unidos izada entre salvas de artillería.

El Parque nacional y reserva Denali, que posee casi 25.000 kilómetros cuadrados de terreno virgen en el interior de Alaska.El Parque nacional y reserva Denali, que posee casi 25.000 kilómetros cuadrados de terreno virgen en el interior de Alaska.
El cheque con el que Estados Unidos compró Alaska por 7,2 millones de dólares, el equivalente a algo más de 100 millones dólares de hoy.El cheque con el que Estados Unidos compró Alaska por 7,2 millones de dólares, el equivalente a algo más de 100 millones dólares de hoy.

La fiebre del oro
Tras la adquisición, militares y exploradores norteamericanos fueron los primeros en recorrer y cartografiar la región. Pero en 1896 un descubrimiento lo cambió todo: en territorio de Yukón, Canadá, encontraron oro. Miles de mineros y nuevos pobladores -en una gran proporción eran profesionales. decidieron viajar a Alaska para ver si allí también encontraban el preciado metal. El aluvión de aventureros fue tan significativo que impulsó el desarrollo económico de la zona. Un par de años después, el sueño se hizo realidad y encontraron oro en Alaska.

Concretamente, el descubrimiento ocurrió en Nome y fue obra de “tres suecos afortunados”: el noruego-estadounidense Jafet Lindeberg y dos ciudadanos estadounidenses naturalizados de origen sueco, Erik Lindblom y John Brynteson. La noticia corrió rápidamente y en menos de un año Nome tenía una población de 10.000 habitantes. Mil personas llegaban diariamente a la zona a bordo de barcos de vapor procedentes de los puertos de Seattle y San Francisco. A comienzos de siglo XX, Nome ya era la ciudad más grande de Alaska y la época quedó en la historia como “la fiebre del oro de Alaska”.

Mineros atravesando el paso de Chilkoot durante la Fiebre del oro de Klondike, Alaska, en 1898.Mineros atravesando el paso de Chilkoot durante la Fiebre del oro de Klondike, Alaska, en 1898.

Dos décadas después de la venta, Alaska tuvo un desarrollo económico impactante. Aparecieron las industrias de minería, cobre y pesca. En los primeros 50 años, los norteamericanos ganaron 100 veces más que lo que invirtieron en la compra de “la heladera”.

En 1959, el territorio de Alaska fue incorporado como un estado de los Estados Unidos y en ese tiempo, se descubrió la existencia de yacimientos petrolíferos en la región. En 1976, para resguardar a las generaciones futuras, con 734.000 dólares se creó el Fondo Permanente de Alaska (que actualmente maneja más de 23.000 millones de dólares). Se trata de un fideicomiso en el que se invierte una cuarta parte de los ingresos provenientes de la explotación de los minerales y petróleo de la región y anualmente abona a los residentes de Alaska un dividendo correspondiente a una parte del rendimiento medio del fondo durante los últimos cinco años. En 2024, pagó 1.312 dólares. Actualmente, Alaska cuenta con 730.000 residentes.

(Por Constanza Bengochea para La Nación // Imagen: Alaska es el estado más extenso de los 50 que conforman los Estados Unidos)

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