En el siglo XIX inventó una forma de codificar telegramas de tal modo que pudieran enviarse varios a la vez; la posteridad llamaría a eso multiplexación, y sería la base de las transmisiones modernas.
El de las computadoras, los celulares e Internet es un mundo de apariencias. Ni las imágenes que vemos en la pantalla ni el texto que ahora escribo en este procesador para que se publique mañana en la Web está realmente ahí como tal texto. Luego de la revolución digital (y en rigor, como se verá con nuestro pionero inesperado de hoy, desde mucho antes) los colores, las formas, las letras, los símbolos y los sonidos se convirtieron en otra cosa. Se convirtieron en números.
La razón es sencilla, si no nos enredamos con los tecnicismos. Los cerebros electrónicos (una frase poco feliz para hablar del chip que hace los cálculos aritméticos en una computadora, una tablet, un celular o cualquier otro dispositivo electrónico) solo son capaces de comprender números. No ven letras. No ven colores. No pueden oír ni oler. Por sus circuitos solo circulan señales eléctricas que representan unos y ceros. Y nada más que unos y ceros. Todo el tiempo y para todo.
Intel.
Normalmente, y gracias a una abigarrada combinación de software y hardware, uno ve lo que espera ver: el texto que escribo ahora, el videojuego, la serie de Netflix. Pero detrás y por debajo solo circulan unos y ceros.
Esto conduce a una serie de confusiones, primero porque la mayoría de las personas no sabe de esta transformación secreta de las máquinas. Y segundo porque tendemos a creer en lo que vemos. Si dudáramos de todo todo el tiempo, sería imposible operar en el mundo real. Solo que las computadoras no son el mundo real. La primera y mayor diferencia entre lo real y lo virtual es que la realidad está hecha de cosas concretas, mientras que la virtualidad está compuesta de unos y ceros. De números. También la inteligencia artificial funciona así. Cuando le “hablamos” a ChatGPT en realidad todo termina convertido en números que se procesan matemáticamente.
Por desgracia, esta confusión es explotada también por los delincuentes informáticos, que envían mensajes espurios con la consciencia de que la víctima probablemente crea que lo que ve es real.
Pero no lo es. Está codificado.
De la granja al telégrafo
Émile Baudot nació el 11 de septiembre de 1845 en Magneux, en el Alto Marne, al noreste de Francia. La comuna queda a 150 kilómetros de Luxemburgo (al norte) y a 200 kilómetros de París (al oeste). Su papá era granjero y llegaría a convertirse en intendente de Magneux. Émile solo hizo la escuela primaria, y después de eso su padre lo puso a trabajar en el campo. Hasta que se postuló como aprendiz de operador en la Administración Francesa de Correo y Telégrafo. Eso fue en 1869, siete años antes de que Alexander Graham Bell obtuviera la patente del teléfono en Estados Unidos.
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O sea que Baudot empezó a entrenarse como operador de telegrafía antes de que naciera la telefonía fija. Y aunque suene extraño, la telefonía fija sería una suerte de retroceso respecto de lo que el mundo desarrollaría casi exactamente 100 años después. ¿Cómo es eso? Es evidente que hablar por teléfono es miles de veces más sencillo que mandar mensajes en código Morse.
Sí, pero cuidado con las cosas evidentes.
Primero, deberíamos definir a qué llamamos hablar por teléfono. Si es con una línea fija convencional de las de antes, las analógicas, entonces hablar por teléfono significa convertir el sonido de nuestra voz en señales eléctricas análogas y enviarlas por un cable hasta nuestro interlocutor, cuyo aparato las volverá a transformar en sonido.
Pero si nos referimos a hablar por teléfono usando WhatsApp (o cualquier línea digital moderna fija o móvil), el sonido no se convierte en señales eléctricas análogas, sino en números. Se digitaliza. En este sentido, se parece mucho más al código Morse (o al código de Baudot, ya llega) que al teléfono de Graham Bell. De un modo semejante, los cilindros de Edison o los discos de pasta de Berliner, antecesores directos de los vinilos, siguen la lógica de la telefonía analógica. Los discos compactos, por comparación, almacenan números. No sonido, sino números.
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Como parte de su entrenamiento, Baudot debió primero que nada aprender el código Morse. Para los que no lo tienen presente y solo les suena vagamente, acá va a una descripción rápida, lo que preparará el campo para la invención de Baudot, que fue una verdadera revolución digital, un siglo antes de la digitalización.
SOS
El código Morse –mi padre me lo enseñó cuando era chico, y después se preguntan cómo uno llega a convertirse en un nerd– viene usándose desde hace más de 160 años, en diferentes versiones. Es extremadamente eficiente, al menos en un sentido, y funciona así: las letras, los números y algunos símbolos se representan por medio de sonidos (o destellos luminosos) que pueden expresarse como una combinación de puntos y rayas. Para el oído, la raya simplemente dura más que el punto. Eso es todo. La señal universal de socorro, o SOS, son tres puntos, tres rayas y tres puntos (. . . – – – . . .). De hecho, SOS no son siglas, sino que se eligieron porque en Morse son fáciles de memorizar y de producir, incluso en condiciones de emergencia. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Bien simple.
Aparte de lo simple, hay algo más. En los cientos de miles de llamados de auxilio emitidos desde el naufragio del RMS Slavonia, en 1909, cuando el SOS se usó por primera vez, nunca nadie escribió ninguna S ni ninguna O. En lugar de eso, para adaptar el mensaje al medio, las letras se convertían en otra cosa. No podías mandar una letra. Solo podías enviar sonidos o luces. Esa conversión es lo que llamamos codificar.
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A propósito, aunque se use la misma palabra, este codificar no tiene nada que ver con escribir un programa. En el caso presente quiere decir que el texto se representa por medio de números. En el caso del Morse, una cierta combinación puntos y rayas representa cada letra. Pueden no parecer números, pero en el fondo lo que hace el operador es contar la cantidad de puntos y rayas para decodificar cada letra y al final comprender la palabra. Algunas letras, como la E, requiere solo un número (el punto); otras, como la A, dos (punto raya), y todavía otras, como la J o la Q, requieren cuatro valores.
A dos manos
Los veteranos recordarán la palabra baudio, que usábamos hace muchísimo tiempo para medir la velocidad de las conexiones por módem telefónico. Eran tan lentos (mi primer módem funcionaba a 300 baudios) que todavía medíamos en caracteres por segundo, no en bits por segundo, como ahora. Caracteres por segundo es equivalente a baudios. Los baudios pueden expresarse también en bits por segundo, cosa que tiene sentido con las computadoras digitales, porque hay solo dos valores para representar los caracteres (el uno y el cero). Enseguida volveremos a esto.
Pues bien, la palabra baudio proviene del apellido de Émile Baudot. Y no porque sí.
Además de desarrollar su propio código para comunicaciones por telégrafo, que se basaba en cinco valores que estaban en Sí o en No, Baudot fue el primero en advertir y resolver un problema inherente a las comunicaciones de la época. Esto es, la imposibilidad de enviar múltiples mensajes simultáneamente o, para ser más precisos, simultáneamente y por el mismo canal. En la jerga esto se llama multiplexación, y hoy la damos por sentada. De hecho, ni pensamos en eso. Chateamos con cinco personas a la vez como si nada. Pero no siempre fue tan sencillo.
Baudot, el hijo de un granjero que solo había hecho la primaria, se puso a pensar en la enorme pérdida de tiempo que suponía la pausa que cada operador hacía para preparar la emisión de cada letra. Entonces se le ocurrió una idea. Para entenderla, primero veamos cómo se codificaba en Baudot y cómo operaba su telégrafo.
Cada operador trabajaba con un dispositivo de cinco teclas, muy semejantes a las teclas blancas de un piano. Dos se accionaban con la mano izquierda y las otras tres con la derecha. Originalmente, había pensado en un sistema de seis teclas (o sea, seis bits), pero por sugerencia del enorme Carl Friedrich Gauss (sí, el mismo de la campana de Gauss, el que sentó las bases del magnetismo, de donde sale el nombre de la unidad de inducción magnética) lo cambió a cinco. La historia es en rigor un poco más compleja, porque Gauss había colaborado con Wilhelm Eduard Weber para construir el primer telégrafo electromagnético, donde dieron a luz este sistema de cinco valores para codificar letras, números y símbolos.
En el desarrollo de Baudot, cada letra se representaba apretando algunas teclas y dejando otras sin apretar. Como los diestros son mayoría, la numeración de las teclas puede resultar un poco contraintuitiva. Las tres teclas de la mano derecha se numeraban, de izquierda a derecha I, II y III. Las de la mano izquierda se numeraban IV y V, pero de derecha a izquierda. Por lo tanto, si miramos un teclado de Baudot de izquierda a derecha, las cinco teclas son V, IV, I, II y III.
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Para escribir la A, por ejemplo, se apretaba solo la primera tecla del conjunto de la mano derecha. Pero el sistema tomaba en cuenta que las otras cuatro no se habían presionado. El código de la A era entonces + – – – –. Para la B, en cambio, había que presionar – – + + –. Por supuesto, no había minúsculas. No estábamos para esos lujos todavía. Ya que estamos, podríamos representar lo mismo usando bits. Así, la A sería 10000 y la B sería 00110.
Cuadro veces más rápido
En realidad, así visto, el mecanismo inventado por Baudot no parece muy diferente del de Morse, excepto porque era un poco más rápido. Pero Émile lo pensó con un objetivo muy claro: implementar la multiplexación. ¿Cómo funcionaba? Se sentaban cuatro operadores juntos, cada uno con su teclado, y presionaban la letra que debían enviar. Cada teclado estaba conectado a una rueda de círculos de cobre concéntricos (un invento de otro francés, Bernard Meyer), que giraba constantemente. Cuando se presionaba el código de una letra, las teclas quedaban presionadas, hasta que el círculo pasaba por ese operador, la letra era enviada y las teclas se liberaban, dejándolas listas para la siguiente.
En el ínterin, los otros operadores se hacían tiempo para leer y prepararse para enviar su siguiente letra. Tenían que trabajar todos al mismo ritmo, para mantener el multiplexado al máximo, así que hay cierto consenso en el ambiente de las telecomunicaciones de que ese debía ser un empleo de verdad enajenante. Pero Baudot, al eliminar los momentos en los que el sistema estaba ocioso, había cuadruplicado la velocidad de transmisión de mensajes. Cuadruplicar casi cualquier cosa es algo fenomenal, y la posteridad reconocería a Baudot como uno de los primeros que colonizaron el mundo de los bits.
Una vida breve y difícil
Bits que ahora te va a resultar más fácil entender. En las computadoras modernas no usamos cinco dígitos para representar cada carácter, sino ocho. Si rascamos un poco la pintura, es un poco más complicado, pero, dejando de lado los detalles, un carácter imprimible (y varias otras cosas) se representa hoy mediante ocho bits. Cada bit puede valer uno o cero. O sea, el equivalente de una tecla de Baudot apretada o no. Más bits significan también más posibles combinaciones. Con 8 bits es posible representar 256 caracteres (porque 2^8=256). No siempre usamos 8 bits. Las primeras computadoras que usaron correo electrónico, por ejemplo, usaban 7 bits, lo que da 128 posibles caracteres. Con el código de Baudot era posible representar 32 caracteres (2^5), entre los que estaba la É, así, con tilde, que en francés es muy relevante.
Así, la letra A en ASCII, que es el tipo de codificación que siguió al de Baudot y una de las que usamos en la actualidad, se escribe 01000001. La a minúscula es diferente, claro: 01100001. De ahí que sea conveniente combinar mayúsculas, minúsculas, símbolos y números en las contraseñas, porque en el fondo son combinaciones diferentes de bits. Ocho bits hacen un byte, un término originado en la informática de mediados de la década del ‘50. Del siglo XX, hace falta aclarar, ya que estábamos con Baudot en el XIX.
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La vida de Baudot no fue nada fácil. Su sistema tuvo un enorme éxito, le ganó ascensos y el título de ingeniero-inspector y participó del tendido de los primeros cables transatlánticos de telecomunicaciones, lo que también lo coloca entre los pioneros de estas disciplinas. Sin embargo, el gobierno francés no lo ayudó casi nada, al punto que tuvo que vender algunas de sus pertenencias (entre ellas, la medalla de oro que se había ganado en la Exposición Universal de 1878; o sea, once años de que se construyera la Torre Eiffel) para pagarse algunas de sus investigaciones.
Emile Baudot. Su invento fue aceptado por la oficina de telégrafos francesa en 1985; LA NACION se había fundado cinco años antesScience & Society Picture Librar – Getty Images
Además de eso, su mujer, Marie Langrognet, con la que se había casado a los 45 años, falleció tres meses después de la boda. Él mismo había tenido siempre una salud precaria y falleció trece años después, a los 57 años, en una comuna al sur de París, Sceaux, en los Altos del Sena.
(Por Ariel Torres para La Nación // Imagen principal: Grabado del pintor fracnés Jean Antonin Delzers de Émile Baudot, que eliminó los tiempos ociosos del telégrafo y cuadruplicó así la velocidad de transmisión de telegramasScience & Society Picture Librar – Getty Images)
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